Galileo Galilei, a principios del siglo XVII, fue el primero en observar la regularidad del movimiento de un péndulo, lo que llevó a avances en la medición del tiempo. El reloj de péndulo se convirtió en un símbolo del progreso científico durante la Ilustración, representando tanto el orden como la fragilidad del tiempo.
En “Abscisa Ordenada”, Bernardita Bertelsen utiliza el concepto de coordenadas cartesianas (abscisa, eje X - ordenada, eje Y) como un desplazamiento para explorar el oscilamiento entre el rigor geométrico y la fluidez orgánica, buscando un equilibrio entre control y caos, entre lo estructurado y lo imprevisible, lo conocido y lo incierto, encontrando en cada extremo un punto de partida para explorar el otro. De esta manera, sus piezas geométricas no están completamente desvinculadas de la fluidez, al igual que sus trazos más orgánicos contienen un eco de precisión. La tensión en este movimiento crea un diálogo entre fuerzas opuestas que, al oscilar, da lugar a una constelación de relaciones entre los elementos que la componen.
A primera vista, las composiciones sugieren un orden riguroso: formas precisas, casi matemáticas, que podrían evocar antiguos alfabetos o diagramas conceptuales. Sin embargo, bajo esta superficie de líneas y figuras definidas, existe una segunda capa de imprevisibilidad, que se manifiesta en el uso del color y en la elección del esmalte cerámico como técnica.
El color actúa como una fuerza disruptiva que interactúa con la geometría, desafiando su rigidez. Lo interesante es que este color no siempre es controlable. El proceso de esmaltado y la quema en el horno introducen una aleatoriedad que B. Bertelsen abraza como parte de su lenguaje visual. Lo que comienza como una intención cromática precisa puede transformarse en manchas de tonos inesperados, introduciendo una dimensión profundamente ligada a lo orgánico y lo efímero, en contraste con la estructura rígida de los patrones.
En muchas de sus obras, el color parece surgir desde el fondo, a veces fluyendo o manchando la superficie, mientras que en otras se aplica delicadamente en formas precisas que contrastan con la dureza del azulejo. Su paleta, dominada por azules, verdes y púrpuras, se transforma durante la cocción, expandiéndose de manera inesperada y convirtiendo un campo de color controlado en una textura accidentada, casi topográfica, que evoca paisajes internos o mapas emocionales. Este uso del color refleja la impermanencia, quedando todo a merced del fuego, que determina su forma y tonalidad final.
Por otro lado, las figuras geométricas, tanto de los dibujos como de los azulejos, sugieren una búsqueda de orden y símbolos arquetípicos. Recuerdan, por momentos, la obra de ciertos artistas que exploraron la geometría como una puerta a lo sagrado y especulativo. Las figuras —triángulos, arcos, círculos— parecen insertarse en un contexto simbólico, casi como un lenguaje ancestral. En el caso de “Abscisa Ordenada”, estas formas entran en una constante tensión con la naturaleza inesperada del color y la textura de la superficie, desafiando la noción de geometría pura.