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23 de marzo - 22 de abril 2023
En los libros el óxido aparece en pequeños círculos como una colonia orgánica en constelaciones sobre el texto. Puede ocurrir que una de sus manchas brote abrazando la palabra ojo, labio, montaña. Entonces hay un pozo, por minúsculo que sea.
Aquí donde Ese pozo es la cabeza, el óxido se vierte sobre bustos como son la Dama del armiño, la Mona Lisa, la Madonna Litta, un caballero que vuelve exhausto de las cruzadas, cubriéndolos con un velo transparente y herrumbroso. La gradientes de la fisionomía se deshacen, pero las líneas primordiales permanecen rajadas en la madera. Incisiones de gubias y otras armas blancas. Hay una pugna irisada entre motivo y materia. Los bustos resisten el baño químico, pero la materia vence. Los rostros, si es que así
llamáramos a un conjunto de heridas, cicatrices, vidrio y gotas, parecen encarnar máscaras volubles, pero la corrosión los sume al desgesto, y la máscara se aleja.
La pintura de Iván Melnick ocurre en la espesura de una trayectoria del rostro, un relato facial. La resistencia de la humanidad y el gesto ante materia pictórica corrosiva, la reducción del espectro fisionómico y la fijación de una iconografía de la formación y el deterioro. No hay tolerancia a la pulcritud del azogue ni al brillo de los barnices, se trabajan soportes absorbentes, sin sellar la madera, opacos y mutables. Los bustos están sucediendo ahí sin resolverse.
Extracto texto de José Badía
