9 Diciembre - 23 Enero | 2016
De todas las debilidades neo-platónicas que forjaron la versión internacional del modernismo, aquella que terminó desembarcando en costas americanas, quizá la más pronunciada fue su fe, casi ciega, por la perfección geométrica. Pero el trópico muestra siempre sus razones a vista de todos; debajo de aquella devoción racionalista que asalto a gran parte de la región se escondía algo de calculo y algo de ansiedad postcolonial: si se ponía la fe en la razón, en la perfección de la forma y la rigurosidad geométrica, para que finalmente se pudiera llegar a una modernidad que había sido postergada continuamente. Nuestra vocación por el infinito, digámoslo así, estuvo siempre ligado a al infinito interés por ser modernos, a pesar de que fue justamente por allí donde comenzó nuestro “atraso.”
Y es precisamente sobre estas rigurosas imprecisiones en el devenir de la modernidad –encarnado en su más brillante versión, el “modernismo”—en que “Orden y Progreso” de Maite Zubizarreta adquiere su densidad crítica. Zubizarreta ha logrado, con estas imágenes casi perfectas, casi de “maqueta,” y con ese evocativo título para la serie (fue justamente en el Brasil y en la costa atlántica de Sud América donde el modernismo tuvo su mejor recepción en estas latitudes) mostrarnos no sólo la discreta monstruosidad del mismo, sino también su inherente (casi calculada) imperfección como proyecto civilizatorio.
Me explico: Paradójicamente, puede que no haya concepto más idiosincrático que el de la “retícula” para los latinoamericanos. De hecho, difícilmente haya una forma más irregular en nuestro repertorio cultural. Su naturaleza caprichosa puede derivar de su doble condición: al mismo tiempo que es un símbolo de la modernidad que nunca alcanzamos – y por lo tanto alzado en pos de un futuro que nunca llegó- es además la más crucial y fundamental de las formas que dieron origen a nuestra experiencia urbana ya que las ciudades de nuestra región crecieron desde el trazado hispano de Damero—el proyecto soñado por el humanismo renacentista para la ciudad ideal. Dicho en otras palabras, a pesar de sus matices modernistas, la grilla es tan central para la cultura latinoamericana como cualquiera de los rasgos más estereotípicos a los cuales la asociamos y como concepto, está anclado a un presente continuo, ya que se refiere tanto a un pasado remoto como a un futuro improbable.
Resulta lo suficientemente revelador, que precisamente esta doble cara de la “cuadricula” hay sido articulada en las fotografías que conforman “Orden y Progreso” de la artista chilena Maite Zubizarreta, un proyecto en el cual –tal como en el destino de la “grilla” en la región- hay mucho más de lo que parece a simple vista. Dicho esto, sorprende el trabajo de Zubizarreta no solo por el tema representado – una geometría perfectamente maquillada- pero además por la manera en la que son construidas a mano. En otras palabras, la misma perfección de la geometría desplegada en la imagen, genera una sensación de irrealidad en la representación y por lo tanto como espectador uno se termina preguntando cómo se hizo. “Es esto real?” es la nueva pregunta que surge al reflexionar sobre estos casi terroríficos paisajes urbanos fríos. En la medida que los espectadores van en la búsqueda de las maneras que construyen esta ficción, la ilusión se intensifica: uno se da cuenta del rigor de la uniformidad, la exactitud de la forma está detalladamente calculada y literalmente creada manualmente por la artista. Estos son paisajes construidos y paradójicamente, reales.
Por esta razón, las imágenes Zubizarreta no tratan precisamente de la aprehensión pura de la realidad que se podría pensar a primera vista, sino que son sobre su opuesto exacto, ya que muestran mas bien las limitaciones del medio: la geometría perfecta de cualquiera de los edificios no puede ser captada por una sola toma, vence a todos los lentes, por lo que tiene necesidad de parchar todo junto casi manualmente. Dicho de otra forma, estos paisajes geométricos y sublimes son tan manuales y ficticios como reales—en esa reconstrucción Zubizarreta tantea el infinito.
Si ya V. Flusser sugirió hace décadas atrás que todas las imágenes fotográficas era en realidad de la cámara en si, las imágenes de Zubizarreta son claramente un ejemplo de esta sentencia: estas son muestras de limitaciones de cámara y cómo la perfección geométrica es tan solo otro efecto manual. Por tal razón, las fotografías de “Orden y progreso” tienen una leve ironía sutil en ellas, en la relación de la problemática relación entre Latinoamérica y la modernidad: puede ser que nunca la hayamos conseguido, pero seguro podemos reproducir sus efectos porque son parte de nuestro folklore fundacional.
Las edificaciones de Zubizarreta nos confrontan con una sensación de infinito, pero es un infinito que se siente tan familiar como caduco, desfasado--tal como la “cuadricula”, anclada en nuestro tan obsoleto futuro.